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viernes, 6 de mayo de 2011

Anita Shreve


Olympia.

Aquel  verano  de 1899,Olimpia Biddeford se sentía preparada por primera vez para participar en las veladas literarias que su padre,un editor de prestigio, organizaba en Fortune’s Rocks, su maravillosa casa en New Hampshire.En las tertulias acompañadas  de exquisitas cenas y sofisticados temas de conversación, Olimpia se instruía sobre lo humano y lo divino. Nada le resultaría extraño, ni las materias sobre el liberalismo norteamericano o la reforma social cristiana, ni la literaria más compleja o la poesía más delicada. Pero su juventud inexperta estaba a punto de abrirse a experiencias sensoriales alejadas del dominio de la razón. Todo comenzó cuando su admirado ensayista John Haskell, acompañado por su hermosa esposa Catherine, acudió a una de las elitistas veladas de su padre. Rodeados de un ambiente acogedor y  unidos por la pasión hacia la literatura, Olimpia y John se enamoraron, en un amor tan corto como rotundo que preparaba su pócima amarga, siempre lista para ser degustada, pesarosamente, en el futuro.Y con todas las mezquindades de un romance corto y las veleidades de un largo olvido, Olimpia sería expulsada del paraíso. Para comprobar, una y mil veces, las maldiciones del eterno femenino: Olympia, tan educada y refinada, pero esclava al fin y al cabo de  su epoca; Olimpia y su obligada renuncia al amor prohibido; Olimpia y su entrega al sacrificio y Olimpia…. nunca, jamás, sin su hijo.
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